Hierve la canica en el amargo chicloso
donde el blanco plumaje ovilló al hambriento.
El peso cargó tus costillas,
rugieron las vísceras hiriendo el esófago.
Asfixiaste la noche y la impotencia bailó el valse,
Guardiana del inocente,
en tus manos se marchitó el hambre
al desear ser diosa para multiplicar el maná.
Muchos escondían la mano;
los de cuello alto, los más.
El ejército de ataúdes ha paseado,
olvidaron tu mirada de niño
te vencieron los aullidos de ancianos,
y la voz fúnebre de las vísceras.
Ayunaste en la ofrenda de la comida
y los maremotos secaron tus sueños.
La modernidad atrapó niños desechos.
Sus mirabas y pálpitos sangraron
y su llanto fue un mar abierto.
Los gobernantes se olvidaron,
camino a la tragedia descalza,
y acabaron tus rincones de esperanza,
y moriste con los muertos de secas carnes
carnes secas de paredón.